Byung Chul Han y sus obras entre ellas
La sociedad de trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre. Produce nuevas obligaciones. La dialéctica del amo y el esclavo no conduce finalmente a aquella sociedad en la que todo aquel que sea apto para el ocio es un ser libre, sino más bien a una sociedad del trabajo, en la que el amo mismo se ha convertido en esclavo del trabajo. En esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados"
El exceso de positividad nos está conduciendo a una sociedad del cansancio. Esa es una de las principales tesis del filósofo Byung-Chul Han. El autor asegura que vivimos en una sociedad del rendimiento en la que no hay lugar para la negatividad; llevamos nuestro cuerpo al límite para llegar a todas las metas que nos proponemos, aunque eso conlleve al agotamiento extremo. Han cree que este ritmo de vida se traduce en trastornos neuronales de todo tipo como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, o el síndrome del trabajador quemado.
Por qué lo recomendamos: Byung-Chul Han se ha convertido en una de las voces filosóficas más destacadas de los últimos años. A lo largo de su obra, el autor ha ofrecido siempre un punto de vista muy crítico de la sociedad hiperconsumista y neoliberal en la que vivimos. En 'La sociedad del cansancio', Han nos lleva a reflexionar sobre nuestro modo de vida, sobre cómo nos han convencido de que podemos (y debemos) alcanzar nuestros objetivos y que no hay lugar para el fracaso. Un estilo de vida que consigue, precisamente, todo lo contrario: una sociedad de depresivos y fracasados. Nos encontramos ante una obra que plasma a la perfección las paradojas y contradicciones de nuestra sociedad; un ensayo imprescindible para replantearnos, entre otras cosas, el concepto que tenemos de libertad.
El libro aquí reseñado titula La sociedad del cansancio, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han (Seul, 1959). Después de haber abandonado la carrera de metalurgia, Byung-Chul Han viajó a Alemania con la intención de estudiar literatura. Ya como residente, optó por el estudio de la filosofía en Friburgo y de literatura alemana y teología en la Universidad de Múnich. Su tesis de doctorado (1994) versa sobre Heidegger (Heideggers Herz. Zum Begriff der Stimmung bei Martin Heidegger / El corazón de Heidegger. Sobre el concepto de temple en Martin Heidegger). Trabaja como profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín. Entre sus obras se cuentan los siguientes títulos:
Todesarten. Philosophische
Untersuchungen zum Tod (München, 1998);
Martin Heidegger. Eine Einführung (München, 1999);
Philosophie des Zen-Buddhismus
(Stuttgart, 2002);
Tod und Alterität (München, 2002);
Hyperkulturalität. Kultur und
Globalisierung (Berlín,
2005);
Was ist Macht? (Stuttgart, 2005);
Hegel und die Macht. Ein Versuch über die
Freundlichkeit (München,
2005);
Gute Unterhaltung. Eine Dekonstruktion der
abendländischen Passionsgeschichte (Berlín, 2006);
Abwesen. Zur Kultur und Philosophie des Fernen
Ostens (Berlín,
2007);
Duft der Zeit. Ein philosophischer Essay zur
Kunst des Verweilens (Bielefeld, 2009);
Agonie des Eros (2012);
Transparezsgesellschaft (2012);
Psykopolitik (2014);
Die Errettung des
Schönen. Muchas de estas obras han sido traducidas al español por la
editorial Herder.
La sociedad del
cansancio de Han se compone de siete textos, el primero juega el papel
de proemio, los restantes cinco son el desarrollo, y el último vale como una
conclusión.
El primero de estos textos, su
proemio, ha sido también el prólogo a la sexta edición alemana de El
Prometeo cansado de Kafka. En este proemio Han afirma que el sujeto
contemporáneo es un sujeto de rendimiento, un sujeto que se autoexplota. En
lengua española, 'rendimiento' significa el producto o utilidad que rinde o da
alguien o algo; también la proporción entre el producto o el resultado logrado
y los medios utilizados; además, cansancio o falta de fuerzas; sumisión,
subordinación y humildad; finalmente, obsequiosa expresión de la sujeción a la
voluntad de otro en orden a servirle o complacerle. Según Han, el mito de
Prometeo se puede interpretar como una escena del aparato psíquico del sujeto
actual, que se violenta a sí mismo y se pone en guerra consigo mismo. "En
realidad, -dice Han- el sujeto de rendimiento, que se cree en libertad, se
halla tan encadenado como Prometeo. (...) Así vista, la relación de Prometeo y
el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotación. El
dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio" (p. 9). Según el
filósofo, Prometeo es la figura originaria de la sociedad del cansancio. ¿En
qué consiste ese cansancio? ¿Es realmente posible aceptar que la libertad
actual pueda ser paradójicamente una nueva forma de encadenamiento? Estas
preguntas son despejadas en los siguientes textos que completan el aquí
reseñado libro de Han, y esas respuestas se amplían en el resto de su obra.
El primer texto del desarrollo
de La sociedad del cansancio titula "La violencia
neuronal" y en él, el filósofo busca alejarse de la interpretación
inmunológica de la sociedad, en especial de las explicaciones de R. Esposito y
J. Baudrillard. Han inicia su texto con la premisa de que toda época posee enfermedades
emblemáticas. Así, habría existido una época bacterial y viral que fue superada
por la técnica inmunológica. La época inmunológica se habría caracterizado por
la división entre dentro y afuera, el amigo y el enemigo, entre lo propio y lo
extraño. La sociedad inmunológica se movería bajo el imperativo de repeler todo
lo que es extraño. "El objeto de la resistencia inmunológica es la
extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención
hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de
su otredad" (p. 12). La otredad generaría
una enfermedad o una reacción adversa contra la cual la sociedad debería actuar
mediante su destrucción. "La autoafirmación inmunológica de lo propio se
realiza, por tanto, como negación de la negación. (...) Se ejerce
voluntariamente una pequeña autoviolencia para protegerse de una violencia
mucho mayor, que sería mortal" (p. 17). La topología inmunológica está
marcada por límites, cruces y umbrales, por vallas, zanjas y muros que impiden
los procesos de cambio e intercambio universal. Su rasgo fundamental es la
dialéctica de la negatividad. El filósofo constata que muchos discursos
sociales se sirven todavía del discurso inmunológico, no obstante ese sería un
rasgo de la caducidad de ese modelo explicativo. "Que un paradigma sea de
forma expresa elevado a objeto de reflexión es a menudo una señal de su
hundimiento" (p. 13), afirma él. El fin de la guerra fría habría marcado
uno de los momentos de caída del paradigma de la inmunología. El fin de la
inmunología también se expresaría en el proceso continuo de desaparición de
"la otredad y la extrañeza" (p. 14)
y la instauración de la diferencia. "A la diferencia le
falta, por decirlo así, el aguijón de la extrañeza, que provocaría una violenta
reacción inmunitaria. También la extrañeza se reduce a una fórmula de
consumo. Lo extraño se sustituye por lo exótico y el turista lo recorre. El
turista o el consumidor ya no es más un sujeto
inmunológico". (p. 14). En este sentido, según el ejemplo que él
propone, los inmigrantes y refugiados dejan de ser extraños y se convierten en
turistas o una carga económica o política. "La desaparición de la otredad
significa que vivimos en un tiempo pobre de negatividad" (p. 17).
Según Han, desde un punto de
vista patológico, el presente siglo no sería bacterial ni viral, sino neuronal.
El autor menciona tres enfermedades características de la época de enfermedades
neuronales: el déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de
la personalidad y el síndrome de desgaste ocupacional. Según Han, las
enfermedades neuronales no siguen la dialéctica de la negatividad, sino de la
positividad. Las enfermedades neuronales consisten en "estados patológicos
atribuibles a un exceso de positividad" (p. 18). El
rechazo no inmunológico, el rechazo neuronal, estaría dirigido a la
sobreabundancia de lo idéntico, es decir, al exceso de positividad. La
positividad es lo idéntico, la falta de negatividad. La superproducción, el
superrendimiento (laboral, lúdico y sexual) o la supercomunicación son la
positividad. La positividad produce violencia. La repulsión frente al exceso de
positividad consiste en "una abreacción digestivo-neuronal y
en un rechazo. El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco
son reacciones inmunológicas. Todos ellos consisten en manifestaciones de una
violencia neuronal, que no es viral, puesto que no se deriva
de ninguna negatividad inmunológica" (p. 19-20). Según Han, la violencia
de la positividad no implica ninguna enemistad; sino que se desarrolla
precisamente en las sociedades permisivas y pacíficas; es menos visible que la
violencia inmunológica. "La violencia de la positividad no es privativa,
sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a
una percepción inmediata" (p. 23). Esto quiere decir que la violencia
neuronal es sistémica, consiste en una violencia inmanente al sistema. El
exceso de positividad significa el colapso del yo que se funde por un sobrecalentamiento
que tiene su origen en la sobreabundancia de lo idéntico" (p.
23). En este sentido, la hiperproducción, el hiperrendimiento y la
hipercomunicación serían la masificación de lo positivo en las sociedades
actuales. Esa masificación de lo positivo generaría no tanto restricciones en
los sujetos, sino exceso de actividad y libertades. La nueva violencia no
proviene de lo extraño y lejano, sino de las múltiples actividades que el
sistema ofrece al sujeto. Ese exceso produciría una violencia indolora expresada
por el agotamiento, la fatiga y la asfixia del exceso. "Aquella violencia
neuronal que da lugar a infartos psíquicos consiste en un terror de la
inmanencia" (p.22).
El segundo texto de desarrollo
titula "Más allá de la sociedad disciplinaria", y en él el filósofo
busca alejarse de la interpretación disciplinaria de la sociedad, en especial
de las explicaciones de M. Foucault. La tesis que propone Han es la siguiente:
"La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento.
Tampoco sus habitantes se llaman ya 'sujetos de obediencia', sino 'sujetos de
rendimiento'. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos" (p. 25). Han
rechaza también la noción de 'sociedad de control'. La sociedad disciplinaria
se apoyaría en la negatividad de la prohibición; ya que se caracterizaría por
el verbo modal negativo Nicht-Dürfen (no poder) y por su
contraparte Sollen (deber). Esto significa que la sociedad
disciplinaria se organizaría en torno al no tener la posibilidad o derecho de
poder hacer algo, en torno a tener o no permiso para hacer algo; también se
organizaría en torno a lo que se debe hacer, en torno a lo que es aconsejable
hacer. Por su parte, la sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo
modal positivo können (poder); es decir, por la posibilidad de
hacer algo, por la capacidad de hacer una u otra cosa, tal vez incluso por la
facultad y por saber hacer algo. "(En la sociedad de rendimiento): Los
proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el
mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su
negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el
contrario, produce depresivos y fracasados" (p. 27).
Siguiendo al autor, se podría
afirmar que la sociedad de rendimiento es el resultado de un perfeccionamiento
de las sociedades disciplinarias. Según Han, el poder no anula el deber, por lo
que el sujeto de rendimiento ya ha pasado por la fase disciplinaria: "El
poder eleva el nivel de productividad obtenido por la técnica disciplinaria,
esto es, por el imperativo del deber. En relación con el incremento de
productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una
continuidad" (p. 28).
Según Han, la depresión como
enfermedad representativa de la sociedad actual es provocada por la presión por
el rendimiento; por ejemplo, el desgaste ocupacional manifiesta 'un alma
agotada, quemada'. "En realidad, lo que enferma no es el exceso de
responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de
la sociedad del trabajo tardomoderna" (p. 29), así como la progresiva
fragmentación y atomización social, la carencia de vínculos. El actual sujeto
de rendimiento es uno indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad,
es un sujeto que carece de soberanía. "El hombre depresivo es
aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber:
voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y
víctima" (p. 30). La depresión "se desata en el momento en el que el
sujeto de rendimiento ya no puede poder más" (p. 31).
Según Han, el lamento 'nada es posible' emitido por el individuo depresivo solo
tiene sentido dentro de una sociedad que promueve la idea de que 'nada es
imposible'. Así lo afirma Han: "No-poder-poder-más conduce a un
destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento
se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta
guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre
bajo el exceso de positividad" (p. 31).
Al final de la sociedad
disciplinaria se pudo haber imaginado el advenimiento de una sociedad libre,
pero eso no ha sucedido. La supresión del dominio externo ha hecho que libertad
y coacción coincidan: "Así, el sujeto de rendimiento se abandona a
la libertad obligada o a la libre obligación de
maximizar el rendimiento" (p. 32). La violencia de las nuevas sociedades
se basa en la autoexplotación del sujeto: "Ésta es mucho más eficaz que la
explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El
explotador es el mismo explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse.
Esta autoreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa, de
las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia"
(p. 32). Según Han, la manifestación patológica de la libertad paradójica que
caracteriza a la sociedad de rendimiento es el conjunto de las nuevas
enfermedades psíquicas.
El tercer texto de desarrollo
titula "El aburrimiento profundo", y en él el filósofo se centra en
el tema de la atención, la fragmentación y la dispersión de la percepción. Es
un texto menos negativo, en la medida en que no busca ya diferenciar su
postura, sino más bien dialogar con W. Benjamin, F. Nietzsche y, en especial,
con M. Merleau-Ponty. Han afirma: "El exceso de positividad se manifiesta,
asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos" (p. 33)
que modifica la estructura y economía de la atención, por lo que la percepción
queda fragmentada y dispersa. ¿Cuál es la modalidad preeminente de esta
modificación radical de la atención y la percepción? Han parece hallarla en
el multitasking. El multitasking se
presentaría como la capacidad de realizar muchas actividades al mismo tiempo
con la finalidad de una óptima administración del tiempo y la atención. Según
Han, esta técnica será una regresión del sujeto, ya que está extendida entre
los animales salvajes. Éstos, mientras comen o se aparean, deben mantener
alejados a los enemigos y depredadores. Los animales salvajes necesitan de
la técnica de la multiactividad, por ello no se hallan capacitados para
"una inmersión contemplativa" (p. 34). Los animales no pueden
sumergirse contemplativamente, ya que deben ocuparse constantemente del
trasfondo. "Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura
de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al
salvajismo" (p. 34). Esto produciría, según el filósofo, un cambio de
objetivo; se intensificaría cada vez más la preocupación por la supervivencia
en desmedro de la buena vida.
Han recuerda que la cultura
requiere un entorno apto para una atención profunda; solo con ella han surgido
los logros culturales de la humanidad. En la actualidad se estaría reemplazando
la atención por la hiperatención. "Esta atención dispersa se caracteriza
por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información
y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel
aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso
creativo" (p. 35). Han recuerda algunas palabras de Benjamin en las que se
afirma que de la simple agitación nada nuevo se genera, ya que ella solo
reproduce y acelera lo que ya existe. Con la falta de aburrimiento se pierde la
calma y la relajación; estas últimas son imprescindibles para 'el don de la
escucha' por la cual existe una comunidad que escucha. Según Han, a diferencia
del andar apresurado, "la danza, con sus movimientos llenos de arabescos,
es un lujo que se sustrae totalmente del principio de rendimiento" (p.
37). Han recupera una importante observación de Merleau-Ponty sobre la
importancia de la atención en las manifestaciones ambiguas y fluidas:
"Justo lo flotante, lo poco llamativo y lo volátil se revelan solo ante una
atención profunda y contemplativa. Asimismo, el acceso a lo lato y lo lento
queda sujeto al sosiego contemplativo. Las formas y estados de duración se
sustraen de la hiperactividad (...) Merleau-Ponty describe la mirada
contemplativa de Cézanne sobre el paisaje como un proceso de desprendimiento o
desinteriorización" (p. 37). Han subraya la importancia del recogimiento
contemplativo, ya que con él se puede llevar algo a la expresión. Han subraya,
recordando las palabras de Nietzsche en Humano, demasiado humano: "Por
falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie"
(Nietzsche citado por Han, p. 39).
El cuarto texto de desarrollo
titula " Vita activa", y en él el filósofo se aleja
de la interpretación de H. Arendt sobre la vida activa y contemplativa. Han
recuerdo que Hannah Arendt fundamenta la posibilidad de acción en el
nacimiento, por lo que cada acción tiene un carácter heroico. Han subraya
que, según Arendt, la sociedad moderna aniquila toda posibilidad de acción, ya
que tiende a degradar al hombre a un animal laborans, a meros
animales trabajadores. Todas las capacidades humanas que la modernidad habría
estimulado como una inaudita y heroica activación se transforman en medios de
fabricación y acción para el trabajo. Arendt propondría que la modernidad ha
terminado aquietando y adormeciendo a los humanos. Han no está de acuerdo con
esa interpretación. "La sociedad de trabajo se ha individualizado y
convertido en la sociedad de rendimiento y actividad, dice Han. El animal
labor ans tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar,
y es cualquier cosa menos pasivo. (...) El animal' labor ans tardo-moderno
es, en sentido estricto, todo menos animalizado. Es hiperactivo e
hiperneurótico" (p. 45). Han propone otras respuestas a las preguntas de
por qué durante la modernidad tardía todas las actividades humanas se han
reducido al nivel del trabajo y por qué se ha alcanzado un nivel de agitación
tan nerviosa.
En este texto, Han orienta sus
respuestas a partir de la pérdida de la creencia en Dios y en la realidad. Ella
ha permitido que el mundo y la vida humana se conviertan en algo totalmente
efímero: "Nada es constante y duradero. Ante esta falta de Ser surgen
el nerviosismo y la intranquilidad. (...) El Yo tardomoderno, sin embargo (a
diferencia de los animales), está totalmente aislado. Incluso las religiones en
el sentido de técnicas tanáticas, que liberen al hombre del miedo a la muerte y
generen una sensación de duración, ya no sirven. La desnarrativización general
del mundo refuerza la sensación de fugacidad: hace la vida desnuda" (p.
46). La falta de Dios y la falta de fe en las narraciones biográficas, la falta
del sentido de la vida, han conducido al carácter efímero y la nerviosa
intranquilidad. "Ante la falta de una tanatotécnica narrativa, nace la
obligación de mantener esta nuda vida necesariamente sana" (p. 46). En
este punto, Han se aleja de G. Agamben, ya que considera que, en la actualidad,
toda vida se ha convertido en una vida sagrada. "A la vida desnuda,
convertida en algo totalmente efímero, se reacciona justo con mecanismos como
la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción. También la actual
aceleración está ligada a esta falta de Ser. La sociedad de
trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre" (p. 48). En esta
sociedad de explotación, propone Han, cada individuo debe cuidar de su vida
sagrada, y su cuidado se transforma en una nueva manera de autoexplotación:
"Así, uno se explota a sí mismo, haciendo posible la explotación sin
dominio" (p. 48).
El quinto texto de desarrollo
titula "Pedagogía del mirar", y en él el filósofo deriva una
pedagogía del mirar a partir de la vida contemplativa. Han inicia su texto
recordando las tres tareas que Nietzsche formuló para todo educador, para todo
maestro: aprender a mirar, a pensar y a hablar y escribir. Han pondrá su
atención en la primera de las tareas. Aprender a mirar significaría
"educar el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada
larga y pausada. Este aprender a mirar constituye la 'primera enseñanza
preliminar para la espiritualidad'" (p. 53). Ese tipo de aprendizaje
supone el control de los impulsos. Aprender a mirar significaría aprender a
decir no a los impulsos: "En cuanto acción que dice No y es soberana, la
vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad, pues esta última
representa precisamente un síntoma del agotamiento espiritual. (...) Una
verdadera vuelta hacia lo otro requiere la negatividad de la interrupción"
(pp. 54-55).
Han clasifica los tipos de
actividad. En primer lugar, existe una actividad 'que sigue la estupidez
mecánica'; ésta es pobre en interrupciones. La máquina no tiene la capacidad de
detenerse, no sabe cuándo detenerse: "A pesar de su enorme capacidad de
cálculo, el ordenador es estúpido en cuanto le falta la capacidad de
vacilación" (p. 56). En segundo lugar, aparece la rabia ligada a su íntima
temporalidad. La rabia, dice Han, requiere detenerse, interrumpir
otra acción. "La rabia es una facultad de interrumpir un estado
y posibilitar que comience uno nuevo" (p. 56). La rabia y
el enfado tendrían la misma relación que el miedo y el temor. El temor se
dirige a un determinado objeto, el miedo se refiere al «Ser como
tal» (p. 56), ya que puede comprender y quebrantar toda la existencia.
Por su parte, la rabia es capaz de negar el todo en su conjunto, ahí radica su
energía de negatividad. La rabia representa un estado de excepción. La
positivización de la sociedad tendería a absorber toda excepción; por ello, la
normalidad es totalizada: "La progresiva positivización de la sociedad
mitiga, asimismo, sentimientos como el miedo o la tristeza, que se basan en una
negatividad, es decir, que son sentimientos negativos" (p. 57). La
actividad mecánica reduce el pensamiento a un mero ejercicio de cálculo; la actividad
que se produce al interrumpir la actividad normal, es decir, la aparición de la
vida contemplativa, regenera el pensamiento. La vida contemplativa necesita del
no, de la interrupción. De ahí que Han retome una importante observación de
Hegel: "la negatividad mantiene la existencia llena de vida" (p. 59).
Han recuerda dos formas de
potencia. La potencia positiva es aquélla por la que se puede hacer algo. La
negativa es, por su parte, la potencia de no hacer, de decir no. La potencia
negativa no es impotencia, no es la incapacidad para hacer algo: "La
potencia negativa excede la positividad, que se halla sujeta a algo. Es una
potencia del no hacer" (p. 59). "La hiperactividad es,
paradójicamente, una forma en extremo pasiva de actividad que ya no permite
ninguna acción libre. Se basa en una absolutización unilateral de la potencia
positiva" (p. 60). Por ello, la negatividad del no (nichtzu) es,
afirma Han, "un rasgo característico de la contemplación" (p. 60). La
potencia negativa sería un ejercicio que consiste en alcanzar en sí mismo un
punto de soberanía, en saber ser centro.
El sexto texto de desarrollo
titula "El caso Bartleby", y en él el filósofo se aleja de las
interpretaciones teológicas y metafísicas del relato de Melville, en especial
de las de G. Deleuze y G. Agamben. Según Han, este relato "refiere un
mundo de trabajo inhumano, de habitantes reducidos a animal laborans"
(p. 61). Los rasgos característicos del relato serían "la atmósfera
lúgubre y hostil de bufete" (p. 61) y la melancolía y la aflicción como
temas recurrentes que "configuran la tonalidad fundamental" (p. 62),
ya que todos los asistentes del abogado padecerían trastornos neuróticos. Según
el filósofo surcoreano, Bartleby presenta síntomas propios de la neurastenia,
por ello, su fórmula "I would prefer not to (Preferiría
no...) no expresa ni la potencia negativa del 'no-...' (nicht zu) ni
el instinto que inhibe y que sería esencial para la 'espiritualidad'. Antes
bien, representa la falta de iniciativa y apatía que acaban con la vida de
Bartleby" (p. 62).
Según Han, Melville describe
una sociedad todavía disciplinaria; por ello, el relato presenta una topografía
disciplinar mediante el uso de las palabras muro y muerte. La vida emocional de
Bartleby es todavía la de un sujeto de obediencia y no presenta todavía los
síntomas de la depresión (sentimiento de insuficiencia e inferioridad o el
miedo al fracaso) propia del sujeto de rendimiento: "No se ve confrontado
con el imperativo de ser él mismo, signo característico de la sociedad de
rendimiento tardo-moderna. Bartleby no naufraga ante el proyecto de ser
Yo" (p. 64). ¿Por qué? Porque el trabajo de Bartleby es transcribir, y ésa
es una actividad que no permite iniciativas. Este personaje vive en una
sociedad de convenciones e instituciones, por lo que no le es familiar el
"superagotamiento del Yo que conduce a un depresivo cansancio-del-Yo" (p.
64). Bartleby es un transcriptor que ha dejado de transcribir, es una figura
que carece de referencia a sí mismo o a otra cosa, ha dejado de tener mundo, se
ha convertido en ausente y apático. Han rechaza la interpretación mesiánica de
Agamben, según la cual Bartleby sería "un mensajero angelical, un ángel de
anunciación, el cual, sin embargo, 'no afirma nada de nada'" (p. 66);
por el contrario, propone que "la existencia de Bartleby es un negativo
ser para la muerte" (p. 67). Por ello, el filósofo surcoreano afirma
que "'On errands of life, these letters speed to death ('Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran
hacia la muerte') es el mensaje central del relato. Todos los esfuerzos por la
vida conducen a la muerte" (p. 68). Han encuentra todavía menos ilusión en
el artista del hambre de Kafka, cuya muerte significaría un alivio para los
implicados. Según Han, para el artista del hambre "tan solo la negatividad
de la negación le da la sensación de libertad" (p. 69). Esa libertad,
continúa, es ilusoria, tanto como la de la fiereza de un salvaje animal
enjaulado. Aunque no queda muy claro, parecería que Han encuentra en Bartleby y
en el artista del hambre el anuncio de la sociedad del cansancio; es decir,
encontraría en ellos una "historia del agotamiento" (p. 70) que
desmorona al individuo desde dentro y no necesariamente por la presión de los
muros externos.
El último texto del libro
titula "La sociedad del cansancio", y en él el filósofo señala que
"La sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose
paulatinamente en una sociedad de dopaje" (p. 7) Han se refiere al dopaje
cerebral que actualmente se conoce también como cosmética neurológica, Neuro-Enhancement o
neuro-mejora. El dopaje cerebral o neuro-mejora busca la mejoría del
rendimiento cognitivo y laboral, potenciar la percepción sensorial, ampliar la
memoria, así como desarrollar la agilidad mental mediante regímenes farmacológicos
(drogas nootrópicas o drogas inteligentes) y tecnológicos (estimulación
eléctrica e implantación de microchips). Según Han, "el dopaje en cierto
modo hace posible un rendimiento sin rendimiento" (p. 71) La sociedad
disciplinaría habría buscado el potenciamiento del cuerpo; en cambio, según
observa Han, la neuro-mejora estaría interesada en que "el ser humano en
su conjunto se convierta en una 'máquina de rendimiento', cuyo objetivo
consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del
rendimiento" (p. 72). Según el filósofo, esta tendencia produce que
la vitalidad misma se reduzca a la mera función y rendimiento
vitales.
Han señala que el reverso del
aumento del rendimiento y la actividad "produce un cansancio y un
agotamiento excesivo" (p. 72). El cansancio y el agotamiento son estados
psíquicos que caracterizan un mundo pobre en negatividad. "El exceso del
aumento de rendimiento provoca el infarto del alma" (p. 72). Han define el
cansancio de la sociedad de rendimiento como una Alleinmüdigkeit. La
traductora nos ofrece la idea de un "cansancio a solas, que aísla y
divide" (p. 72); también podría traducirse esa palabra como un 'cansancio
solitario'. El exceso de rendimiento, el exceso de positividad, pareciera
acelerar al individuo a una velocidad menos propia que individual, a una
velocidad de aislamiento, de soledad. "Estos cansancios -afirma Han- son
violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo
lenguaje" (p. 73).
Han retoma la diferencia entre
dos tipos de cansancio sugerida por el escritor Peter Handke en su Ensayo
sobre el cansancio (Alianza, 2006). Habría un cansancio elocuente, ya
que tiene la capacidad de mirar y reconciliar. Habría otro cansancio sin habla,
sin mirada y que separa. El segundo tipo de cansancio está provocado por la
positividad y se vive como agotamiento, como autoexplotación y constante
superación del sí mismo contra uno mismo. Por su parte, el primer tipo de
cansancio consiste en una aminorización del Yo. "Cuando el Yo se aminora,
la gravedad del Ser se desplaza del Yo al mundo" (p. 74). Este primer tipo
de cansancio brinda confianza en el mundo y abre "un espacio de amistad
como indiferencia" (p. 74), un 'entre', en el que no hay dominio ni
preponderancia sobre los demás.
Este cansancio restaura la
dualidad, así uno ve y es visto, uno toca y es tocado. "Es ese cansancio
que hace posible que uno se detenga y se demore. La aminorización del Yo se
manifiesta como un aumento del mundo" (p. 74). Siguiendo a Handke,
Han afirma que este primer tipo de cansancio es uno fundamental y posee la
facultad especial de inspirar y dejar que el espíritu surja: "El cansancio
permite al hombre un sosiego especial, un no-hacer sosegado" (p. 75). Como
premio del cansancio, el cansado recibe un nuevo tipo de juventud: el asombro
del mundo. "El cansancio profundo afloja la atadura de la identidad. Las
cosas brillan, relucen y vibran en sus cantos. (...) Esta especial indiferencia
les concede un aura de la cordialidad" (p. 76); por ello,
el cansancio "hace posible la concepción de una comunidad que no precise
pertenencia ni parentesco" (p. 76). Este tipo de cansancio es, pues, un
cansancio de la potencia negativa, es un entretiempo, un tiempo de juego,
un tiempo de paz; es decir, un tiempo para no hacer algo en específico; un
tiempo para hacer nada. "El cansancio desarma" (Han: 78), el
cansancio puede reunir; de ahí que Han, siguiendo todavía a Handke, afirme la
posibilidad de una "inmanente religión del cansancio" (p.
78) en la que se suprime el aislamiento egológico y se funda una comunidad que
prescinde de los parentescos. Parece sugerirse, no como imperativo, sino más
bien como un bostezo contagioso entre quienes han terminado de trabajar, que
sería reconfortante aprender a cansarnos juntos.
Martín Mercado V